viernes, 16 de noviembre de 2012

El Baile de los Cuarenta y Uno, 111 años después





Los hechos

En la madrugada del 17 de noviembre de 1901, un vigilante de la Cuarta Calle de la Paz en pleno centro de la Ciudad de México se asomó a una de las muchas accesorias para divisar algo que, nunca en su vida, imaginaria ver. Al acercarse, se encontró con un hombre trajeado cual dama del Paseo de la Condesa: vestido largo, empolvado de la cara y con postizos que le remarcaban sus “entalladas partes mujeriles”. Mayor sería su sorpresa al ver que no era el único afeminado en ese lugar pues estaba repleto de 42 personajes bailando al son de la orquesta: 21 vestidos como caballeros de la alta aristocracia porfiriana y los demás disfrazados similarmente a quien le abriera la puerta al vigilante. Sin embargo, en un pequeño lapso de tiempo, la cifra se redujo a 41 maricones. Misteriosamente uno desapareció sin dejar rastro: se trataba de Ignacio Mier, yerno del mismísimo general-presidente Porfirio Díaz Mori. O eso es lo que cuentan algunas crónicas.

Susto enorme el que el pueblo de la gran urbe mexicana se llevó en la mañana siguiente al ver a estos personajes afeminados barriendo las principales calles como castigo por no haber mantenido su “desviación” oculta. Días después, algunos de este grupo de maricones fueron enviados presos a la Península de Yucatán sirviendo al ejército en la lucha contra los indios yaquis traídos a trabajar aquí. De sus vidas no se supo más, no se supo qué pasó con ellos. ¿Mártires de la jotería mecsicana?



Consecuencias (culturales)

Pocos días después de acaecido este famoso baile, la prensa no dudó en publicar la degeneración social que se había expuesto en la Cuarta Calle de la Paz. El Popular. Diario independiente de la Mañana fue sin duda demasiado explícito en los detalles de este evento:


Notó el gendarme de la Cuarta Calle de la Paz que en una accesoria se efectuaba un baile a puerta cerrada, y para pedir la licencia fue a llamar a la puerta. Salió a abrirle un afeminado vestido de mujer, con la falda recogida, la cara y los labios llenos de afeite y muy dulce y melindroso de habla. Con esa vista, que hasta el cansado guardián lo revolvió el estómago, se introdujo éste a la accesoria, sospechando lo que aquello sería y se encontró con cuarenta y dos parejas de canallas de éstos, vestidos los unos de hombres y los otros de mujer que bailaban y se solazaban en aquel antro. (Publicado en El Popular. Diario independiente de la Mañana., 21 de noviembre de 1901)


            La prensa nos muestra un grabado de un personaje destacado en esos momentos: José Guadalupe Posada quien en sus imágenes detalla a los asistentes a este baile como unos degenerados sociales, repugnantes, “el feminismo en su esplendor”.


     
       Algunos años después, una novela con un elevado tono moralista se publicó en la ciudad para hacer denotar el poder de la urbe con la degeneración. Escrita por Eduardo E. Castrejón (o eso es lo que se cree) salió a la luz Los cuarenta y uno: novela crítico-social en la que se relata la historia de siete afeminados que organizan el famoso baile de la Calle de la Paz: Mimí, Ninón, Pudor, Virtud, Blanca, Margarita y Carola son estos señoritos refinados que, a pesar de tener novias para aparentar su vida homosexual, ejemplifican a los miembros de una clandestinidad social rebajada por las normas machistas de los última década del Porfiriato. Recientemente, en 2010, se hizo una edición especial por parte de la UNAM con la publicación de dos textos introductorios por parte de Robert McKee Irwin y Carlos Monsiváis.

            Por último, el número 41 quedó como un estigma social en el México porfiriano, incluso aún hoy nos llegan esas reminiscencias. Como bien señala Juan Carlos Bautista, el 41 “simboliza la denigración sexual de una persona, en especial los varones. En México no existen casas 41, pisos 41 y nadie cumple 41 años.” (Schuessler, 2010: 228).

            ¿Qué queda de este hecho ocurrido hace 111 años? Primero que nada, dio pie a que este sector social saliera a la luz más a fuerza que de ganas. A pesar de que ya se tenían noticias de este tipo de personajes en obras como Chucho el Ninfo y la descripción de Heriberto Frías sobre “La Turca” de la cárcel de Belén, los 41 maricones de la Cuarta Calle de la Paz mostraron al México porfirista que eran entes clandestinos y no tan ajenos al progreso positivista francés del siglo XIX. También dio paso a que un grupo en especial de personajes en el siglo XX pudieran demostrar que la homosexualidad no sólo se daba en lugares de pordioseros sino que igual podían albergar a los intelectuales de clases altas, como bien supo representar Salvador Novo y el grupo de los Contemporáneos en las décadas de los 40s y 50s del siglo anterior.

Por último, el baile de los 41 queda como reminiscencia ante las luchas de las libertades sexuales de los años 70s y, todavía más reciente, en las “marchas del orgullo gay”, donde un sinfín de personajes multicolor-identidades-sexogenéricas hacen de la calle un espacio de “libertad” pero, a la vez, de anonimato. Queda pues analizar este tipo de problemáticas de la homosexualidad en México, que espero algún día la vieja escuela historiográfica mexicana acepte en sus anales históricos.


Fuentes de información

Castrejón, Eduardo A.  (Pseud.). Los cuarenta y uno: novela crítico-social. Coord. y estudio crítico de Robert McKee y prólogo de Carlos Monsiváis. México: UNAM, Coordinación de Difusión Cultural, 2010. 161 p. (Rayuela)

Bautista, Juan Carlos. “La noche al margen. Brevísima relación de la vida nocturna gay”, en: Michael K. Schuessler y Miguel Capistrán (Coords.). México se escribe con J. Una historia de la cultura gay. México: Grijalbo, 2010. p. 209-228

Monsiváis, Carlos. “Los iguales, los semejantes, los (hasta hace un minuto) perfectos desconocidos (A cien años de la redada de los 41)”, en: ¡Que se abra esa puerta! Crónicas y ensayos sobre la diversidad sexual. México: Paidós, 2010. p. 77-107

jueves, 14 de junio de 2012

El surgimiento del movimiento lésbico feminista en la Ciudad de México. Desarrollo y Demandas (1978-1984)


El surgimiento del movimiento lésbico feminista en la Ciudad de México. Desarrollo y Demandas (1978-1984)


Introducción
La lucha por la libre expresión y sexual de las mujeres tiene una larga historia: desde las primeras manifestaciones hechas por Olympe de Gouges a finales del siglo XVIII en Francia hasta el propio derecho a abortar a finales del siglo XX. México no se ha quedado atrás y mujeres como Hermila Galindo ya pedía derechos y educación sexual en la segunda década del siglo XX; la victoria más reciente de las feministas ha sido en la Ciudad de México al legalizarse el aborto hasta las primeras doce semanas de gestación.
            Sin embargo, un grupo de mujeres feministas ha quedado olvidado (o mejor dicho, excluido) por un gran sector de la sociedad: las mujeres lésbico-feministas. No podemos dejar de hablar de estas mujeres que han hecho grandes aportes tanto al feminismo como al movimiento de liberación homosexual en México. Mujeres como Nancy Cárdenas o Chavela Vargas han hecho que las lesbianas queden bien representadas ante la cultura mexicana como a nivel global.
            En este trabajo, pretendo analizar cuáles fueron las razones por las que este grupo de mujeres salieron a manifestarse, cuáles eran sus principales demandas y qué fue lo que originó que se desarrollaran los primeros grupos lésbico-feministas como Oikhabeth y Lesbos. Sin embargo el movimiento lésbico-feminista no debe verse desde la misma óptica que las acciones feministas ni la lucha LGBTTTI surgida a partir de la década de los años setentas del siglo XX. Su condición va más allá de analizar el papel de las lesbianas dentro de estos movimientos: implica su posición ante la sociedad heteronormativa y del machismo que prevalece en la comunidad gay-masculina.
            Además de ello, he de confesar que este trabajo muy pocas personas lo han estudiado por lo que resultó un esfuerzo enorme rastrear la información y transformarla en un estudio histórico. Me gustaría que, aunque sea este pequeño ensayo de final de semestre, motivara a historiadores a que escribieran sobre la comunidad homosexual en México pues hace falta que la historiografía cultural y de género se asome a este tipo de fenómenos que han quedado excluidos de la historia mexicana.
            Sin más que agregar, espero agrade al lector la lectura de este trabajo.



I. Antecedentes: México 1978-1982
La sociedad mexicana de los años 1978-1982, en especial los jóvenes, quedaron marcados después de los acontecimientos de1968: año de difíciles decisiones políticas, de manifestaciones sociales y de liberación social. La gente comenzaba a cuestionarse qué tanto quedaba después de la Revolución Mexicana y dejaron a un lado el “nacionalismo político” que el Partido de la Revolución Institucionalizada (PRI) trató de manejar durante los últimos treinta años.
            La política mexicana siguió siendo manejada por el PRI: en esta época gobernaron dos presidentes que tratarían de forma inadecuada la economía del país: Luis Echeverría (1970-1976) y José López Portillo (1976-1984); con ellos, el denominado “milagro mexicano” (que había iniciado en la década de los años 50’s con la exportación de petróleo y la modernización de las grandes urbes) entraba en declive al no adaptarse al modelo del Fondo Monetario Internacional. El peso mexicano llegó a caer a gran escala ante el dólar estadounidense, su precio fue de hasta 29 pesos en la época de López Portillo con lo que su mandato fue calificado como “impopular, corrupto e incapaz” ante las demandas económicas del país.[1]
            Gran parte de este inicio de la crisis mexicana que golpearía duramente al país se debió a los diversos programas populistas que ambos gobiernos manejaron durante su mandato. Por una parte, Luis Echeverría se encargó de crear programas de vivienda a personas de escasos recursos del Oriente de la Ciudad de México como lo fue la creación de la Unidad Habitacional Vicente Guerrero; años después López Portillo se encargaría de seguir con este tipo de proyectos aunque sin tomar en cuenta el modelo que el Fondo Monetario les exigía: el déficit fiscal no debería rebasar los 90 mil millones de pesos y el endeudamiento externo, no más de 3 mil millones de dólares al año. Con estas medidas, el gobierno tuvo que comenzar a rebajar los salarios a los trabajadores y aumentar los productos básicos de alimentación, como fue el caso de las tortillas y el azúcar.[2]
            Las manifestaciones culturales no se hicieron esperar a manifestar su reclamo ante la política y la economía del país. Muchas publicaciones se encargaron de exponer las ideas de diversos intelectuales de la época como lo fueron las columnas de Carlos Monsiváis y Salvador Novo en diversos periódicos y revistas. También, uno de los críticos más severos fue Eduardo del Río (Rius) quien publicaba historietas como “Mis Supermachos” en donde exponía los diversos problemas de la sociedad mexicana. La música y la televisión abrieron espacios en los que la gente pudiera externar su opinión: el programa “24 horas”, conducido por Jacobo Zabludovsky, se encargó de llevar a diversas personas a externan sus ideas en cuanto a alguna inconformidad (con la debida licencia y censura por parte de Televisa); el rock urbano comenzó a destacar también los grandes temas de la urbe, como veremos más adelante.
            Con estas medidas, diversas manifestaciones sociales comenzaron a aparecer en el ámbito público, especialmente en la Ciudad de México. Antes de ver a estos grupos debemos recordar a sus antecesores, en especial los grupos que estuvieron en la década de los 60’s: los Rockeros y los hippies-jipitecas.

a) La herencia de los 60’s: los Rockeros y hippies-jipitecas
Como mencionamos al inicio de este trabajo, la década de los sesentas marcó un gran cambio social y cultural. Fue tan fuerte su relevancia que diez años después siguió tomando importancia en los movimientos juveniles de esos años. El 2 de octubre marcó el inicio de los levantamientos estudiantiles en pro de sus derechos sin embargo, ello no se hubiera dado gracias a los grupos Rockeros y hippies en México. Analicemos un poco sus características.
            A finales de la década de 1950 surgió una nueva revolución pero no en el ámbito social, sino musical: el Rock and Roll aparecía con una fama de mala reputación que le alcanzará a juntar muchos seguidores. Como antecedentes de este nuevo género musical tenemos a los genios del jazz y del blues, además de los cantos góspel (o religiosos) de la comunidad afroamericana. Este nuevo ritmo denotaba letras que no eran conocidos por muchos y que la gente “puritana” se espantaba por los acordes y el mensaje que daba: sexo, pues la palabra rock and roll literalmente significa “hazlo y rueda”, una posición sexual que los cantantes exaltaban en sus letras para poder liberarse de esas ideas conservadoras que había en la sociedad. Esto se denotaba más en Estados Unidos, pero no por ello significa que fue lo mismo en México: aquí se trató de implantar un rock “desexualizado, triste, sordo y profesionalmente casto”[3]. La gran relevancia que tiene este grupo juvenil es que en sus letras manifestaban su inconformidad con el Estado y la situación precaria que vivían, además de que su baile era demasiado explícito en cuanto a la unión de los cuerpos.
            El segundo grupo que siguió influyendo a la juventud fue el de los hippies-jipitecas. Aquí sería bueno el hacer la aclaración del porqué suenan similares pero no son iguales: se denomina hippies a los jóvenes que siguieron el ideal de buscar la “paz interior” a través del contacto directo con la naturaleza y las religiones hindú-budistas de Medio Oriente; por su parte, los jipitecas era el grupo de jóvenes mexicanos que buscaban estar en contacto con el exterior mediante la cultura mexica anterior a la conquista española. Creían que consumiendo alucinógenos en zonas “espirituales” (como Oaxaca) alcanzarían el éxtasis y la gloria que los haría olvidar los problemas que tenían. La similitud que tiene este grupo con los Rockeros es que dan una amplía libertad del cuerpo y de la sexualidad a los jóvenes, de hecho ellos permiten el amor entre personas del mismo sexo, ya fueran homosexuales o lesbianas.
            Estos grupos serían la gran influencia para que, en la década de los años setenta, en México comenzaran a darse nuevos levantamientos juveniles y sociales a favor de la libertad de expresión y de la sexualidad. Cabe mencionarse también que la introducción de la píldora anticonceptiva creada por Luis Miramontes en 1951 conllevó a que las mujeres pudieran tener un control sobre su cuerpo y su sexualidad, tema que sería retomado por los movimientos feministas años después.
            La participación de las mujeres dentro de estos grupos sería de gran relevancia, pues sin ellas no se pudo dar el movimiento feminista mexicano que ya comenzaba a tomar fuerza desde que adquirieron la ciudadanía en 1953. Tal fue su importancia que a principios de la década de 1970 comenzarían a organizarse para seguir el movimiento de liberación feminista que había comenzado en Estados Unidos en la década de los años 60’s. De hecho el clímax de este movimiento se comenzó a dar en el año de 1975, cuando la Organización de las Naciones Unidas declaró que 1975 sería declarado “Año Internacional de la Mujer” donde comenzaron a brotar los primeros grupos feministas, como veremos a continuación.

II. El Feminismo en México
Las primeras muestras del movimiento feminista en México se dieron después de los sucesos de 1968 en Tlatelolco y en 1971 con el llamado “Jueves de Corpus”,[4] además de ello siguieron la corriente de la denominada Segunda Ola Feminista iniciada en Estados Unidos. Según el diccionario de Política de Norberto Bobbio, el feminismo nacido en los años sesentas se desarrolló rápidamente por todos los países europeos industrialmente avanzados por la liberación de la mujer.[5] Si nos apegamos a esta definición, sería difícil dar el contexto que se vivió en México, pues el país no estaba del todo “industrializado” pero sí en vías de desarrollo.
            Otro de las causas por las que el movimiento feminista tomó mayor fuerza fue justamente después de la participación de las mujeres en la política mexicana al adquirir la ciudadanía en 1953. Así mismo, Griselda Álvarez se convirtió en la primera gobernadora del estado de Colima en 1975 con lo que las mujeres quedaron plenamente visibles en la democracia del país.[6]
            Los primeros atisbos de participación femenina se dieron con la formación de grupos feministas en la década de los setentas como el Movimiento Nacional de Mujeres, el Movimiento Feminista Mexicano, el Colectivo de Mujeres y el Movimiento de Liberación de la Mujer. Cabe destacar también en estos grupos a las mujeres universitarias de las diversas instituciones educativas del país como las estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, las del Instituto Politécnico Nacional y las de universidades privadas como La Salle y la Iberoamericana.

a) 1975, “Año Internacional de la Mujer”
Como ya mencionamos, la ONU declaró que el año de 1975 como “Año Internacional de la Mujer”. En ese entonces se designó a México como sede de la Primera Conferencia de la Mujer sin embargo, las feministas no tuvieron voz ni voto debido a que fueron representadas por el procurador Pedro Ojeda Paullada. La razón por la que este personaje representara a México en dicho evento fue porque “las mujeres se encontraban demasiado desorganizadas para poder participar en él”, con lo que los diversos grupos prefirieron no participar en la conferencia y manifestarse en contra de los designios que el gobierno había hecho.
            A pesar de ello, la conferencia de 1975 sucedió sin mayores problemas. Entre los diversos objetivos con los que se reunieron estos movimientos se destacaron tres en especial:
·         Igualdad plena de género y la eliminación de la discriminación por motivos de género.
·         Integración y plena participación de la mujer en el desarrollo
·         Que las mujeres contribuyan cada vez más al fortalecimiento de la paz mundial.[7]

Una de las controversias presentadas en este evento es que una de las feministas representantes de Australia, decidió manifestarse a favor de la lucha lésbico-homosexual. Se le ocurrió decir el siguiente pronunciamiento: “Soy lesbiana y soy feminista”.[8] La reacción consecuente a ello fue, incluso entre las propias feministas, que “ese tipo de manifestaciones antinaturales no debían de participar en el evento, pues era exclusivamente para mujeres”. ¿Qué significó esta respuesta? A pesar de que las feministas buscaban una igualdad, no tomaron en cuenta a las lesbianas pues el régimen heteronormativo no tomaba en cuenta a este tipo de personas ya que no era lo común.
      Las lesbianas, por su parte, comenzaron a desligarse de este movimiento pues no consideraron adecuado este tipo de expresiones dentro de círculos feministas. Incluso se dio una división que separaba por sus preferencias sexuales a los diversos grupos de mujeres: las “heterofeministas”, que eran aquél grupo de feministas que se sentían atraídas por el sexo opuesto y las lésbico-feministas, aquellas militantes que tenían predilección por personas de su mismo sexo. Las lésbico-feministas comenzaron a aliarse a un grupo que recién comenzaba a tomar fuerza en México y que surge a raíz de una fuerte represión en el bar Stonewall Inn en la ciudad de Nueva York el 28 de junio de 1969: el movimiento de liberación gay.
III. El movimiento lésbico-feminista
Anteriormente habíamos mencionado a los grupos contraculturales juveniles de los años sesenta como antecesores del movimiento lésbico-gay. Pues bien, con las ideas que estos grupos comenzaron a tener sobre la liberación del cuerpo, los disidentes sexuales[9] empezaron a mostrarse frente a la sociedad como entes “excluidos que tomaban las calles”. Con este impulso, en especial gracias al otorgado por el grupo hippie-jipiteca, el movimiento de liberación homosexual (motivado por la comunidad gay de Nueva York en Estados Unidos) comenzó a cobrar fuerza. En México se formaron grupos de este tipo a principios de 1972 después de los sucesos del “Jueves de Corpus”.
            Los primeros grupos que se hicieron visibles en la Ciudad de México fueron el Frente de Liberación Homosexual, el SEXPOL, el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR) y el Grupo Lambda de Acción Homosexual. Estas agrupaciones tenían en sus filas tanto a gays como lesbianas y trataban de lograr una homogeneización del movimiento para pedir las mismas demandas. Sin embargo el discurso que se siguió manejando fue el del sector masculino apropiándose de la lucha por ser los “más atacados a lo largo de la Historia”. Cabe recordar que, en la cultura mexicana, el que a un hombre (no importando su condición sexual) se le califique con un adjetivo femenino es símbolo de denigración. Los homosexuales masculinos del movimiento se enfilaban como “hombres, varoniles que les gustan similares no locas”.[10] Podemos ver que ese “eterno femenino” no concordaba con el movimiento gay por lo que se comenzaron a romper los estereotipos que la sociedad mexicana había creado para este sector. Las lesbianas, por su parte, tampoco lograban una unificación dentro de su propio sector con lo que comenzaron a organizar diversas reuniones en las que pudieran pensar mejor sus propuestas.
            Una de las primeras organizadoras del movimiento lésbico-feminista fue Nancy Cárdenas quien fue la primera activista lesbiana en declararse abiertamente ante el público. A partir de una entrevista realizada en el programa “24 Horas” (el noticiero más visto en México en la televisión) con Jacobo Zabludovsky, Nancy acepta ser lesbiana abiertamente en televisión y comenzó a ser cuestionada por diversos medios sobre su condición y si “ya había tratado de buscar marido”.
Una de las propuestas de Nancy Cárdenas para apoyar al sector homosexual fue el haber colocado en escena la obra “Los Chicos de la Banda”, una trama que relata la vida social y cultural de los homosexuales en Nueva York después de los sucesos de Stonewall Inn. También Nancy organizó diversas reuniones en su casa de Cuernavaca para las lesbianas interesadas en el movimiento. En estas reuniones, las mujeres contaban sus experiencias y cómo es que pasaban su crisis heterosexual-bisexual y, finalmente, lésbica. Sin embargo, este lugar se encontraba clandestino y no todas las mujeres lesbianas podían acceder a ir a la casa de Nancy. De hecho, muchos de los puntos de reunión de las lesbianas—ya iniciado el movimiento de liberación homosexual—siguieron siendo clandestinos. En comparación con la lucha de los homosexuales masculinos, ellos comenzaban a adquirir espacios públicos en diversos bares como el “9”, el “41” y “Le Baron”, ubicados en las colonias Roma y Juárez de la delegación Cuauhtémoc del Distrito Federal; incluso comenzaron a apropiarse de zonas más culturales transformándolos en “lugares de ambiente” como fue el caso de la Zona Rosa, cerca de la avenida Reforma.[11]
Como vemos, el movimiento lésbico-feminista tuvo muchos problemas para poder “independizarse” del movimiento de liberación homosexual iniciado por diversos grupos de disidentes sexuales. Ante la lucha por derechos civiles como matrimonio e igualdad, el Estado consideró a estos grupos como “ciudadanos de segunda clase” debido a que en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos no estaban incluidos como personas legales en el marco jurídico del sistema mexicano; anexo a ello, se seguía el discurso médico del siglo XIX en que “era una demencia mental que requería tratamiento”.
Sin embargo, la lucha de Nancy Cárdenas por organizar al movimiento lésbico-feminista tuvo un efecto positivo: se comenzaron a organizar los primeros grupos por y para lesbianas, tal es el caso de Oikhabeth y Lesbos.

a) Las primeras organizaciones lésbico-feministas
Oikhabeth fue de las primeras organizaciones creada por y para lesbianas. Su nombre proviene de lengua maya: Ollin Iskan Katuntat Bebeth Thot y significa “mujeres guerreras que abren camino y esparcen flores”.[12] Sus principales exponentes proponían “hacer un grupo político espiritual, un grupo que pretendía ser amazonas, guerreras heroicas”[13].
            Entre las principales demandas que pedían se destaca:
·         Se exige igual acceso al orden simbólico, es decir, igualdad dentro del movimiento.
·         Rechazan el orden simbólico masculino en nombre de la diferencia. Feminismo radical. Se exalta la feminidad. La búsqueda de la “esencia femenina”. Feminismo de la diferencia.
·         Rechazan la diferencia entre lo masculino y lo femenino, igualdad de género.[14]

A pesar de estar separadas del movimiento feminista, podemos encontrar muchas similitudes con ellas como lo es la igualdad ante lo masculino y lo femenino. Sin embargo, muchas lesbianas no se anexaron a este grupo debido a que pensaban que querían crear una nueva religión. A pesar de ello, el grupo tuvo mucha fuerza en cuanto a acción social gracias a que se manifestaban en diversos lugares.
Otro de los grupos que tomó gran relevancia fue el grupo Lesbos surgido a mediados de la década de los setentas. Lesbos trató de unificar a las lésbico-feministas y a los diversos grupos feministas durante y después de la conferencia de la ONU en México. En este grupo no permeó la actitud antinatura que muchas heterofeministas aún tenían sobre el lesbianismo.
Estos grupos tenían en común la búsqueda de la igualdad entre género e incluso entre los disidentes sexuales. Generalmente, seguían una corriente de pensamiento social-trotskista por lo que estaban muy apegados a grupos como el Partido de los Trabajadores o algún grupo de izquierda. Buscaban manifestar sus demandas en las primeras marchas del orgullo homosexual en la Ciudad de México, pero su movimiento comenzaría a tener una gran crisis ocasionada por el desencanto del contexto social que viviría el país a partir de 1984.

b) Crisis del movimiento lésbico-feminista
La década de los ochentas en México significó un gran parteaguas en su historia debido a dos grandes sucesos: la devaluación del peso mexicano ante el dólar (lo cual llevaría al país a una gran crisis económica) y el terremoto de 1985 en el Distrito Federal que dejaría alrededor de seis mil muertos.[15] Sin embargo, las diferentes luchas sociales aún se mantenían en pie en especial los movimientos que nos encontramos estudiando aunque tuvieron un cierto grado de declive en cuanto a manifestación pública.
            La comunidad gay siguió apropiándose de diversos espacios como la ya mencionada Zona Rosa y sus bares aledaños. Las lesbianas, por su parte, se mantenían organizadas en los pocos grupos que se abrían a su favor y participando en las diferentes marchas homosexuales que se llevaban a cabo año con año. Un hecho que marcó su deslinde con la comunidad gay fue que la sociedad comenzó a considerar en mayor parte a los homosexuales masculinos; de hecho comenzó a aparecer más en medios las demandas de este grupo mientas que las lésbico-feministas fueron olvidadas gradualmente.
            Oikhabeth y Lesbos continuaron peleando por los derechos civiles de las lesbianas, incluso comenzaron a promover la adopción de los hijos de mujeres que se divorciaron y habían procreado. Algunos de estos casos no se daban a conocer en gran parte porque el padre había accedido a que la madre se quedara con los niños y él pudiera rehacer su vida pero sin dar manutención alimenticia.
            Los grupos de lesbianas tuvieron una caída debido a que no estaban muy bien organizadas, Lesbos tuvo que desintegrarse en sólo dos años y Oikhabeth duraría por lo menos cinco años más antes de su desaparición, sin embargo sus luchas y demandas sobrevivieron hasta la década de 1990 cuando se volvieron a retomar sus ideales.

Conclusiones
Como hemos visto a lo largo de este trabajo, las lesbianas feministas tuvieron que buscar sus propios lugares de organización y discusión sobre el movimiento que querían llevar a cabo. Su separación con las heterofeministas las hizo replantear sus demandas en las que la igualdad ante los diversos grupos, tanto políticos como sexuales, tuviera mayor peso que las demás.
            La liberación del cuerpo que se buscaba con los diversos grupos contraculturales de los años sesenta hizo que las lesbianas pudieran manifestarse por su derecho a ejercer su sexualidad libremente sin que las persiguiera el remordimiento que la sociedad heteronormativa había impuesto desde antaño. Su lucha en conjunto con los diversos sectores de la disidencia sexual se vería afectada aún por la predominancia del pensamiento machista sobre la mujer: los gays masculinos lucharían en diversas marchas y apropiándose de diversos lugares públicos mientras que las lesbianas se quedarían en zonas clandestinas y dejando su movimiento a planes e ideas.
            Grupos como Oikhabeth y Lesbos hicieron que las lesbianas pudieran manifestarse públicamente, con lo que su voz no fue callada: se trató de organizarlas en diversos sectores, tanto que hoy en día perviven muchas de sus ideas en varios grupos lésbico-feministas y homosexuales: igualdad, equidad, justicia y no discriminación para ningún tipo de persona ajena a la heterosexualidad.

Fuentes de Información
Agustín, José. “Lo prometido es deuda (1976-1982)”, en: Tragicomedia Mexicana 2. La vida en México de 1970 a 1982. 2ª. ed. México: Planeta, 1998. p. 131-223. (Espejo de México).

Conti Odorisio, Anna Maria. “Feminismo”, en: Norberto Bobbio. Diccionario de Política. México: Siglo XXI Editores, 1967. P. 694

Espinosa García, Ismael. “Entrevista a Eugenia Olson Jiménez, ex militante de Lambda, grupo mixto trosko feminista de liberación homosexual” realizada el 17 de mayo de 2012, formato .mp3 Dur. Apróx. 15 min.

Galeana, Patricia. “La década de los setenta y los ochentas”, en: Museo de la Mujer. México: UNAM, Coordinación de Humanidades, Federación Mexicana de Universitarias, 2012. p. 167-182

Gimeno, Beatriz. “La doble discriminación de las lesbianas”, en: Angie Simonis (Editora). Cultura, homosexualidad y homofobia. Vol. II Amazonia: retos de visibilidad lesbiana. Barcelona: Laertes, 2007 p. 19-36 (Rey de Bastos).

Laguarda, Rodrigo. Ser gay en la ciudad de México. Lucha de representaciones y apropiación de una identidad, 1968-1982. México: Instituto Mora, CIESAS, 2009. 166 p.

Mogrovejo, Norma. “Corrientes políticas: la utopía de la igualdad”, en: Un amor que se atrevió a decir su nombre. La lucha de las lesbianas y su relación con los movimientos homosexual y feminista en América Latina. México: Plaza y Valdés Editores, 2000 p. 57-116

Monsiváis, Carlos. “La naturaleza de la Onda”. En: Amor perdido. 2a. reimpr. México: Ediciones Era, 2005. p. 240

Peralta, Braulio. “Soy lesbiana, soy hermosa. Nancy Cárdenas, guerrera del teatro”, en: Michael K. Schuessler y Miguel Capistrán (Coord.) México se escribe con Jota. Una historia de la cultura gay. México: Planeta, 2010. p. 118-122 (Temas de Hoy)

Pineda López, Yolanda. Lesbianismo y diversidad sexual. Cuernavaca, Morelos: Cidhal, 2004 62 p. (Cuadernos Cuerpo de Mujer, 2).

Salinas Hernández, Héctor Miguel. “El movimiento de disidencia sexual”, en: Políticas de disidencia sexual en México. México: Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, 2008, p. 29-57.



[1] José Agustín. Lo prometido es deuda (1976-1982)”, en: Tragicomedia Mexicana 2. La vida en México de 1970 a 1982. 2ª. ed. México: Planeta, 1998. p. 143 y ss. (Espejo de México)
[2] Ibídem. p. 139
[3] Carlos Monsiváis. “La naturaleza de la Onda”. En: Amor perdido. 2a. reimpr. México: Ediciones Era, 2005. p. 240
[4] Este atentado se debió a una manifestación de estudiantes el 10 de junio de 1971 que fue duramente reprimida. Se le llamó “jueves de Corpus” porque se hizo en el día de “Corpus Christi” celebrada por la iglesia católica.
[5] Anna Maria Conti Odorisio. “Feminismo”, en: Norberto Bobbio. Diccionario de Política. México: Siglo XXI Editores, 1967. P. 694
[6] Patricia Galeana. “La década de los setentas”, en: Museo de la Mujer. México: UNAM, Coordinación de Humanidades, Federación Mexicana de Universitarias, 2012. p. 170
[7] Íbidem. p. 170
[8] Norma Mogrovejo. “Corrientes políticas: la utopía de la igualdad”, en: Un amor que se atrevió a decir su nombre. La lucha de las lesbianas y su relación con los movimientos homosexual y feminista en América Latina. México: Plaza y Valdés Editores, 2000 p. 63
[9] Utilizaremos este término para hablar de las personas con preferencias sexuales diferentes a las que la norma heteronormativa ha impuesto en la sociedad; por supuesto hablamos de las lesbianas, los gays, los bisexuales, los travestis-transgénero-transexual e intersexual. Sobre la explicación de la palabra disidentes véase Héctor Miguel Hernández Salinas. “El movimiento de disidencia sexual”, en: Políticas de disidencia sexual en México. México: Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, 2008, p. 33
[10] Las locas, afirmaba Salvador Novo, siempre han existido en México y son aquellos hombres que tienen características afeminadas: sus modos de expresión, vestimenta e incluso el lenguaje. También encontramos este tipo de descripciones en los textos de La cárcel y el boulevard que escribe Heriberto Frías a finales del siglo XIX.
[11] Rodrigo Laguarda. “El Ambiente”, en: Ser gay en la ciudad de México. Lucha de representaciones y apropiación de una identidad, 1968-1982. México: Instituto Mora, CIESAS, 2009. p. 91 y ss.
[12] Ibídem., p. 79
[13] Norma Mogrovejo, Op. Cit. p. 82
[14] Ibídem, p. 58
[15] Jean Meyer. “México entre 1934 y 1988”, en: Historia de México. Presentación de Felipe Calderón Hinojosa y coordinado por Gisela von Wobeser. México: Secretaría de Educación Pública, Academia Mexicana de la Historia, Fondo de Cultura Económica, 2010. p. 259

viernes, 1 de junio de 2012


Razones Históricas, Políticas y Sociales por las que se debe realizar la Marcha del Orgullo LGBTTTI a finales del mes de junio


Primera Marcha del Orgullo Homosexual en México
30 de junio de 1979
Sospecho que dentro de unos años, cuando la cantidad de homosexuales capitalinos sea mucho mayor, y por lo tanto más fuerte en la opinión pública, tendrá que disminuir la persecución policiaca contra los homosexuales de nuestra clase, pero a los homosexuales jodidos se les seguirá explotando igual.
José Joaquín Blanco, Ojos que da pánico soñar


Como bien saben—y si no aquí les aviso—este año se llevarán a cabo en la Ciudad de México dos marchas del orgullo LGBTTTI. Algunos se preguntarán el porqué de este hecho, otros dicen que ni les va ni les viene y muy pocos saben las razones de cada marcha. Aquí un breve esbozo: se convocó a la comunidad para hacer la tradicional marcha gay que se lleva ejerciendo desde hace más de treinta años a finales del mes de junio; sin embargo a raíz de los diversos movimientos por las elecciones presidenciales se decidió que, para evitar los choques políticos con los diversos grupos y no afectar el voto de la gente, la marcha se realizaría unos días antes, con el respaldo del gobierno del Distrito Federal y diversos establecimientos comerciales a favor del movimiento.
            Algunos grupos se manifestaron en contra debido a que ese “respaldo” tenía un tinte partidario, además de que se perdería la tradición de salir justo el día en que el primer contingente gay se manifestara en el país: el 30 de junio de 1979. Esta fecha se remontaba a los disturbios sucedidos en Nueva York en 1969, cuando un grupo homosexual fue duramente reprimido en el bar Stonewall Inn. Diez años después el grupo homosexual mexicano salía a manifestarse por sus derechos en esa misma fecha; por ello es que el contingente “histórico” decidió que este próximo 30 de junio se lleve a cabo una marcha en conmemoración de este hecho.
            ¿A qué me estoy encaminando con estos antecedentes? Bien, me quiero enfocar en especial a los hechos históricos puesto que muchos están olvidando la verdadera razón de salir a manifestarse el 02 de junio: exigir los mismos derechos civiles ante el Estado analizando su pasado y su presente. Si bien los establecimientos comerciales como los bares en algunas zonas específicas de la ciudad (como lo es la Zona Rosa) inculcaron cierta identidad en la comunidad no es razón para que se digan “somos la historia”. El movimiento tiene sus razones sociales propias, no económicas.
            Ahora, otro punto por el que se “cambió la fecha de la marcha” fue por los diferentes cierres de campaña. Por ley, se estipula que una semana antes de los comicios electorales los cuatro candidatos a la presidencia deben terminar sus labores, o sea el 23 de junio. Con esto se da una pauta a la marcha LGBTTTI para que se pueda realizar sin ningún problema, con lo que no hay razón por la que se “difiera” en el voto.
En cuanto a las razones políticas creo que se quieren encaminar a apoyar al partido “del progreso”. No puedo dimitir en lo que hasta ahora ha dicho el candidato de las izquierdas sobre la igualdad y el matrimonio entre la comunidad LGBTTTI pues se ha quedado en un discurso de lo-que-diga-el-pueblo-y-hasta-ahora-me-guardo-la-opinión. Si mal no recuerdo, en algún suplemento de Letra S (disculpe el lector pero no recuerdo el número) cuando entrevistaron a los candidatos al GDF en el año 2000, el ciudadano hoy candidato mencionaba que buscaría la igualdad y los derechos de los homosexuales de la ciudad de México. Tal parece que sus ideales se le olvidaron mientras estuvo en el poder y su sucesor sería quien, casi diez años después, lograría el matrimonio entre los disidentes sexuales.
            La razón social: creo que hasta este punto ningún grupo que organiza las dos marchas ha analizado lo que pasa dentro de la comunidad. Hace cuatro años el lema era: “Unidad en la Diversidad”, ¡quién diría que cuatro años después la diversidad se dividiría! Hoy los lemas son “Educación formal de la sexualidad ¡Ya! A todos los niveles” y “En un Estado Laico cabemos todas y todos”. Parece haber en estas dos frases cierta similitud, pero, repito, si dentro de la comunidad no hay una unión no creo que se pueda lograr ninguno de los dos cometidos.
            Finalizo este pequeño texto en apoyo a la marcha del 30 de junio: el no retomar las primeras posturas del movimiento y no analizar su pasado nos lleva a caer en diversas problemáticas como lo es la marcha del día de mañana. Si se sigue dejando la representación de toda una enorme masa que sale al carnaval de las locas (diría Salvador Novo), la gente seguirá viendo con malos ojos al movimiento. No quiero que se me mal interprete al decir que se debe marchar de cierta vestimenta o algo pero desgraciadamente muchos ven la manifestación como una fiesta y no como, lo que he mencionado aquí, inició todo: la lucha por los derechos homosexuales y la no discriminación.

lunes, 9 de abril de 2012

“El Amarre”, de Margarita Peña


      “Más puede errando el amor que la razón acertando”. Juan Ruiz de Alarcón

Hablar de Margarita Peña es hablar de inmensas publicaciones y estudios sobre literatura novohispana, además de una excelente investigadora de Juan Ruiz de Alarcón en diversos países como China, Alemania, Inglaterra, Canadá, Estados Unidos y, obviamente, México. Sin embrago, sus escritos sólo se habían dedicado a la docencia y academia dentro de la Universidad Nacional Autónoma de México, específicamente en el colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras.
            Pero en esta ocasión no vine a detallarles la vida de esta gran mujer, profesora e investigadora, sino de un texto que es muy recomendable para aquellos que nos gusta viajar a través de libros y sueños mágicos. Me refiero a su novela El Amarre, publicado en 2011 por la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM.
            ¿Qué es ese sentimiento que nos hace buscar a alguien en nuestra vida? ¿Por qué los seres humanos no podemos tolerar el estar solos en el mundo? ¿Acaso debemos atraer a alguien a como dé lugar? Margarita Peña nos da una opción ante estas incógnitas que el hombre siempre se ha especulado, en especial cuando uno busca el tan anhelado amor verdadero que muchas veces confundimos con “gustos físicos y eróticos”. La autora utiliza a Miranda (una mujer eternamente enamorada de otro hombre que por diversas razones no le correspondió amorosamente) y a Alonso (el típico hombre que sólo busca diversión con chicas y luego dejarlas a su suerte) para describir un rito que se ha utilizado desde hace muchos años: el amarre amoroso-mágico.
            Miranda, en busca de no pasar una vida solitaria y triste sin la compañía de un hombre, decide utilizar la magia negra para “amarrar” a Alonso, pareja con la que ha salido en algunas ocasiones y elige para estar el resto de su vida con él. Sin embargo, conforme la trama avanza, quien termina “amarrada” es ella pues comienza a depender de Alonso como si ella no tuviera vida social ni propia.
            Peña nos hace una relato dividido en tres partes: la primera, que es narrada por un autor omnisciente y detalla las acciones que los personajes van realizando a lo largo de la trama; en segundo lugar, Miranda toma la batuta de la narración y describe por sí misma cómo es que se encuentra emocionalmente, sus aventuras, viajes y demás situaciones hasta que, por último, y pocas veces lo hace, Alonso describe cómo es que vive junto a Miranda y el gran estorbo que le hace en su vida aunque, poco a poco se da cuenta que se enamora totalmente de ella haciendo efecto el amarre que se le hizo.
            Además de esta historia de amor-amarrado, Margarita Peña nos cuenta aventuras que van desde el Brasil hasta Alemania, del Nuevo Continente al viejo y a través de ellos se puede ver las largas travesías que la autora ha realizado en su vida profesional y personal. Nos cuenta con otras voces sus experiencias en Río de Janeiro hasta la visita que hace a la casa del Varón von Humboldt en Alemania.
            En fin, una novela que vale la pena leerse en esos momentos en los que piensa uno que la soledad es la única solución a todos sus problemas, levanta el ánimo y hace que el espíritu se revitalice en la búsqueda del amor perfecto. Personalmente, Margarita Peña, además de ser mi profesora de literatura novohispana en la cátedra “Juan Ruiz de Alarcón”, puedo recomendarla como una académica que defiende que entre la Historia y la Literatura hay unos inmensos vínculos narrativos, sociales y sentimentales.

martes, 3 de abril de 2012

CCH Oriente, 40 años después


CCH Oriente, 1972-2012



 Recuerdo mi primer día en el Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Oriente, tenía 14 años y nunca había estado en un lugar con tantos jóvenes más o menos de mi edad. Al principio pensé que ese lugar era una mini ciudad en la que sólo se regían las leyes de los profesores y los alumnos podían estar libres sin hacer casi nada. Casi le atinaba. Yo, un chico demasiado tímido, entré a mi clase de Investigación Documental ante un salón con casi 50 alumnos bastante abrumado… cosa que cambió después de una hora de convivencia.
            Puedo decir que mi experiencia en el CCH Oriente fue muy grata, en la que aprendí demasiado y comencé a tener una vida “de adolescente”, con amigos que hasta ahora, he considerado no como tal, sino como parte de mi familia. Sin embargo, tal y como hoy se percibe el CCH no fue el planteamiento principal del doctor Pablo González Casanova (rector de la UNAM en los años 70’s), veamos sus antecedentes.
            González Casanova abrió este sistema de bachillerato analizando la situación que vivían los jóvenes del país, pues sólo podían acceder a las famosas vocacionales del Politécnico o a las Prepas de la Universidad; las segundas eran más pedidas debido al famoso “pase automático” que ofrecía la máxima casa de estudios, sobre todo para las carreras de medicina, química, ingenierías y arquitectura las cuales se encontraron muy en boga con el auge económico que el país vivía en ese entonces. Además, quedaba una herida que no sanaba: la experiencia del movimiento estudiantil de 1968, con la que el gobierno quedaba en deuda con los estudiantes y ambas instituciones educativas.
            A raíz de estos momentos sociales, González Casanova ideó un proyecto de bachilleratos en los que el estudiante fuera más libre, investigara y comenzara a tener un espíritu crítico siguiendo el lema “Aprender a ser, aprender a aprender y aprender a hacer”, resumiendo los principios básicos de la nueva educación mexicana. Además de esto, los primeros profesores de los CCHs fueron principalmente personajes involucrados en el movimiento de 1968 con los cuales se comenzó a diseñar un modelo educativo en México (basándose en la educación socialista de Lázaro Cárdenas en la década de los años 30) que siguiera el pensamiento del materialismo histórico, es decir, enseñar en sus aulas a Marx, Engels, Lenin y muchos otros autores que las prepas y las vocacionales no estudiaban con gran profundidad y también hacer una educación técnica en cuanto a las denominadas "Opciones Técnicas" donde el alumno podía adquirir, además de su educación de bachiller, una carrera técnica con la cual poder buscar empleo mientras estudiaba en el ámbito universitario.
                  Los primeros planteles que se inauguraron en marzo de 1971 fueron Azcapotzalco, Naucalpan y Vallejo con lo que se pretendía atraer a alumnos de clase media y baja de la periferia exterior de la ciudad de México.
            Este modelo planteó materias como Lógica, Estética, Griego, Latín, Teoría de la Historia, Historia Universal y de México, Cálculo, Estadística, Química y otras muchas materias que desarrollaban un gran panorama al estudiantado sobre las ciencias rígidas y las humanidades. Sin embargo, este modelo educativo sufrió un gran cambio en 1997, cuando el “modelo de competencias” se aplicó en México en los diversos niveles educativos. El CCH pierde gran parte de sus principales valores cuando “Filosofía” abarca los grandes campos de estudio de esta materia en cuatro unidades en dos semestres; las ciencias sociales y humanidades quedan relegadas en sólo dos campos de materias y las ciencias rígidas-matemáticas engloban casi 4 campos de estudio de este colegio con lo que su nombre se transforma en CIENCIAS y humanidades.
            Para nuestro caso de estudio, o sea CCH Oriente, hay que mencionar que fue el penúltimo en inaugurarse el 3 de abril de 1972. Una característica principal de este plantel fue que no se construyó en la periferia central de la capital sino que se alejó al Oriente (como su nombre indica) para acercar a alumnos que vivieran en zonas como Iztacalco, Iztapalapa, Nezahualcóyotl, Los Reyes, Chalco, Ixtapaluca y otras que se encontraran “cerca” con el fin de acercar a diversos jóvenes de clases bajas y medias a la educación media superior y que entraran en un ambiente universitario. Esto queda muy bien marcado, pues si nos acercamos ahora al plantel podemos ver desde el joven “fresa” bien vestido hasta el “vato” cholo-skato-punk-reggaetonero en un mismo salón de clases.
            En cuanto al modelo educativo, CCH Oriente percibió mucho este gran cambio que tuvo, pues en sus inicios se puede recordar a los alumnos de este plantel participando activamente en movimientos político-sociales y ahora ya muy pocos (o casi nulamente) hay estudiantes que participen en ellos. Sus profesores más antiguos como Javier Centeno Ávila, Feeve Montiel Espinosa, (profesores que afortunadamente tuve en clase) e Ismael Colmenares siempre se mantuvieron al pie de la lucha, a veces oponiéndose al nuevo modelo y otras más replanteando la estructura del plan de estudios marcando el pensamiento inicial del colegio.
            En fin, no nos queda más que pensar nuevamente qué tanto ha pervivido el espíritu de los primeros ceceacheros, y cómo es que ha cambiado a lo largo de estos 40 años de historia, además de ver su cambio drástico del pensamiento “crítico” a uno enfocado a competencias donde las Ciencias han preponderado este sistema y las Humanidades queden relegadas “como materias de relleno”.