lunes, 9 de abril de 2012

“El Amarre”, de Margarita Peña


      “Más puede errando el amor que la razón acertando”. Juan Ruiz de Alarcón

Hablar de Margarita Peña es hablar de inmensas publicaciones y estudios sobre literatura novohispana, además de una excelente investigadora de Juan Ruiz de Alarcón en diversos países como China, Alemania, Inglaterra, Canadá, Estados Unidos y, obviamente, México. Sin embrago, sus escritos sólo se habían dedicado a la docencia y academia dentro de la Universidad Nacional Autónoma de México, específicamente en el colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras.
            Pero en esta ocasión no vine a detallarles la vida de esta gran mujer, profesora e investigadora, sino de un texto que es muy recomendable para aquellos que nos gusta viajar a través de libros y sueños mágicos. Me refiero a su novela El Amarre, publicado en 2011 por la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM.
            ¿Qué es ese sentimiento que nos hace buscar a alguien en nuestra vida? ¿Por qué los seres humanos no podemos tolerar el estar solos en el mundo? ¿Acaso debemos atraer a alguien a como dé lugar? Margarita Peña nos da una opción ante estas incógnitas que el hombre siempre se ha especulado, en especial cuando uno busca el tan anhelado amor verdadero que muchas veces confundimos con “gustos físicos y eróticos”. La autora utiliza a Miranda (una mujer eternamente enamorada de otro hombre que por diversas razones no le correspondió amorosamente) y a Alonso (el típico hombre que sólo busca diversión con chicas y luego dejarlas a su suerte) para describir un rito que se ha utilizado desde hace muchos años: el amarre amoroso-mágico.
            Miranda, en busca de no pasar una vida solitaria y triste sin la compañía de un hombre, decide utilizar la magia negra para “amarrar” a Alonso, pareja con la que ha salido en algunas ocasiones y elige para estar el resto de su vida con él. Sin embargo, conforme la trama avanza, quien termina “amarrada” es ella pues comienza a depender de Alonso como si ella no tuviera vida social ni propia.
            Peña nos hace una relato dividido en tres partes: la primera, que es narrada por un autor omnisciente y detalla las acciones que los personajes van realizando a lo largo de la trama; en segundo lugar, Miranda toma la batuta de la narración y describe por sí misma cómo es que se encuentra emocionalmente, sus aventuras, viajes y demás situaciones hasta que, por último, y pocas veces lo hace, Alonso describe cómo es que vive junto a Miranda y el gran estorbo que le hace en su vida aunque, poco a poco se da cuenta que se enamora totalmente de ella haciendo efecto el amarre que se le hizo.
            Además de esta historia de amor-amarrado, Margarita Peña nos cuenta aventuras que van desde el Brasil hasta Alemania, del Nuevo Continente al viejo y a través de ellos se puede ver las largas travesías que la autora ha realizado en su vida profesional y personal. Nos cuenta con otras voces sus experiencias en Río de Janeiro hasta la visita que hace a la casa del Varón von Humboldt en Alemania.
            En fin, una novela que vale la pena leerse en esos momentos en los que piensa uno que la soledad es la única solución a todos sus problemas, levanta el ánimo y hace que el espíritu se revitalice en la búsqueda del amor perfecto. Personalmente, Margarita Peña, además de ser mi profesora de literatura novohispana en la cátedra “Juan Ruiz de Alarcón”, puedo recomendarla como una académica que defiende que entre la Historia y la Literatura hay unos inmensos vínculos narrativos, sociales y sentimentales.

martes, 3 de abril de 2012

CCH Oriente, 40 años después


CCH Oriente, 1972-2012



 Recuerdo mi primer día en el Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Oriente, tenía 14 años y nunca había estado en un lugar con tantos jóvenes más o menos de mi edad. Al principio pensé que ese lugar era una mini ciudad en la que sólo se regían las leyes de los profesores y los alumnos podían estar libres sin hacer casi nada. Casi le atinaba. Yo, un chico demasiado tímido, entré a mi clase de Investigación Documental ante un salón con casi 50 alumnos bastante abrumado… cosa que cambió después de una hora de convivencia.
            Puedo decir que mi experiencia en el CCH Oriente fue muy grata, en la que aprendí demasiado y comencé a tener una vida “de adolescente”, con amigos que hasta ahora, he considerado no como tal, sino como parte de mi familia. Sin embargo, tal y como hoy se percibe el CCH no fue el planteamiento principal del doctor Pablo González Casanova (rector de la UNAM en los años 70’s), veamos sus antecedentes.
            González Casanova abrió este sistema de bachillerato analizando la situación que vivían los jóvenes del país, pues sólo podían acceder a las famosas vocacionales del Politécnico o a las Prepas de la Universidad; las segundas eran más pedidas debido al famoso “pase automático” que ofrecía la máxima casa de estudios, sobre todo para las carreras de medicina, química, ingenierías y arquitectura las cuales se encontraron muy en boga con el auge económico que el país vivía en ese entonces. Además, quedaba una herida que no sanaba: la experiencia del movimiento estudiantil de 1968, con la que el gobierno quedaba en deuda con los estudiantes y ambas instituciones educativas.
            A raíz de estos momentos sociales, González Casanova ideó un proyecto de bachilleratos en los que el estudiante fuera más libre, investigara y comenzara a tener un espíritu crítico siguiendo el lema “Aprender a ser, aprender a aprender y aprender a hacer”, resumiendo los principios básicos de la nueva educación mexicana. Además de esto, los primeros profesores de los CCHs fueron principalmente personajes involucrados en el movimiento de 1968 con los cuales se comenzó a diseñar un modelo educativo en México (basándose en la educación socialista de Lázaro Cárdenas en la década de los años 30) que siguiera el pensamiento del materialismo histórico, es decir, enseñar en sus aulas a Marx, Engels, Lenin y muchos otros autores que las prepas y las vocacionales no estudiaban con gran profundidad y también hacer una educación técnica en cuanto a las denominadas "Opciones Técnicas" donde el alumno podía adquirir, además de su educación de bachiller, una carrera técnica con la cual poder buscar empleo mientras estudiaba en el ámbito universitario.
                  Los primeros planteles que se inauguraron en marzo de 1971 fueron Azcapotzalco, Naucalpan y Vallejo con lo que se pretendía atraer a alumnos de clase media y baja de la periferia exterior de la ciudad de México.
            Este modelo planteó materias como Lógica, Estética, Griego, Latín, Teoría de la Historia, Historia Universal y de México, Cálculo, Estadística, Química y otras muchas materias que desarrollaban un gran panorama al estudiantado sobre las ciencias rígidas y las humanidades. Sin embargo, este modelo educativo sufrió un gran cambio en 1997, cuando el “modelo de competencias” se aplicó en México en los diversos niveles educativos. El CCH pierde gran parte de sus principales valores cuando “Filosofía” abarca los grandes campos de estudio de esta materia en cuatro unidades en dos semestres; las ciencias sociales y humanidades quedan relegadas en sólo dos campos de materias y las ciencias rígidas-matemáticas engloban casi 4 campos de estudio de este colegio con lo que su nombre se transforma en CIENCIAS y humanidades.
            Para nuestro caso de estudio, o sea CCH Oriente, hay que mencionar que fue el penúltimo en inaugurarse el 3 de abril de 1972. Una característica principal de este plantel fue que no se construyó en la periferia central de la capital sino que se alejó al Oriente (como su nombre indica) para acercar a alumnos que vivieran en zonas como Iztacalco, Iztapalapa, Nezahualcóyotl, Los Reyes, Chalco, Ixtapaluca y otras que se encontraran “cerca” con el fin de acercar a diversos jóvenes de clases bajas y medias a la educación media superior y que entraran en un ambiente universitario. Esto queda muy bien marcado, pues si nos acercamos ahora al plantel podemos ver desde el joven “fresa” bien vestido hasta el “vato” cholo-skato-punk-reggaetonero en un mismo salón de clases.
            En cuanto al modelo educativo, CCH Oriente percibió mucho este gran cambio que tuvo, pues en sus inicios se puede recordar a los alumnos de este plantel participando activamente en movimientos político-sociales y ahora ya muy pocos (o casi nulamente) hay estudiantes que participen en ellos. Sus profesores más antiguos como Javier Centeno Ávila, Feeve Montiel Espinosa, (profesores que afortunadamente tuve en clase) e Ismael Colmenares siempre se mantuvieron al pie de la lucha, a veces oponiéndose al nuevo modelo y otras más replanteando la estructura del plan de estudios marcando el pensamiento inicial del colegio.
            En fin, no nos queda más que pensar nuevamente qué tanto ha pervivido el espíritu de los primeros ceceacheros, y cómo es que ha cambiado a lo largo de estos 40 años de historia, además de ver su cambio drástico del pensamiento “crítico” a uno enfocado a competencias donde las Ciencias han preponderado este sistema y las Humanidades queden relegadas “como materias de relleno”.