viernes, 16 de noviembre de 2012

El Baile de los Cuarenta y Uno, 111 años después





Los hechos

En la madrugada del 17 de noviembre de 1901, un vigilante de la Cuarta Calle de la Paz en pleno centro de la Ciudad de México se asomó a una de las muchas accesorias para divisar algo que, nunca en su vida, imaginaria ver. Al acercarse, se encontró con un hombre trajeado cual dama del Paseo de la Condesa: vestido largo, empolvado de la cara y con postizos que le remarcaban sus “entalladas partes mujeriles”. Mayor sería su sorpresa al ver que no era el único afeminado en ese lugar pues estaba repleto de 42 personajes bailando al son de la orquesta: 21 vestidos como caballeros de la alta aristocracia porfiriana y los demás disfrazados similarmente a quien le abriera la puerta al vigilante. Sin embargo, en un pequeño lapso de tiempo, la cifra se redujo a 41 maricones. Misteriosamente uno desapareció sin dejar rastro: se trataba de Ignacio Mier, yerno del mismísimo general-presidente Porfirio Díaz Mori. O eso es lo que cuentan algunas crónicas.

Susto enorme el que el pueblo de la gran urbe mexicana se llevó en la mañana siguiente al ver a estos personajes afeminados barriendo las principales calles como castigo por no haber mantenido su “desviación” oculta. Días después, algunos de este grupo de maricones fueron enviados presos a la Península de Yucatán sirviendo al ejército en la lucha contra los indios yaquis traídos a trabajar aquí. De sus vidas no se supo más, no se supo qué pasó con ellos. ¿Mártires de la jotería mecsicana?



Consecuencias (culturales)

Pocos días después de acaecido este famoso baile, la prensa no dudó en publicar la degeneración social que se había expuesto en la Cuarta Calle de la Paz. El Popular. Diario independiente de la Mañana fue sin duda demasiado explícito en los detalles de este evento:


Notó el gendarme de la Cuarta Calle de la Paz que en una accesoria se efectuaba un baile a puerta cerrada, y para pedir la licencia fue a llamar a la puerta. Salió a abrirle un afeminado vestido de mujer, con la falda recogida, la cara y los labios llenos de afeite y muy dulce y melindroso de habla. Con esa vista, que hasta el cansado guardián lo revolvió el estómago, se introdujo éste a la accesoria, sospechando lo que aquello sería y se encontró con cuarenta y dos parejas de canallas de éstos, vestidos los unos de hombres y los otros de mujer que bailaban y se solazaban en aquel antro. (Publicado en El Popular. Diario independiente de la Mañana., 21 de noviembre de 1901)


            La prensa nos muestra un grabado de un personaje destacado en esos momentos: José Guadalupe Posada quien en sus imágenes detalla a los asistentes a este baile como unos degenerados sociales, repugnantes, “el feminismo en su esplendor”.


     
       Algunos años después, una novela con un elevado tono moralista se publicó en la ciudad para hacer denotar el poder de la urbe con la degeneración. Escrita por Eduardo E. Castrejón (o eso es lo que se cree) salió a la luz Los cuarenta y uno: novela crítico-social en la que se relata la historia de siete afeminados que organizan el famoso baile de la Calle de la Paz: Mimí, Ninón, Pudor, Virtud, Blanca, Margarita y Carola son estos señoritos refinados que, a pesar de tener novias para aparentar su vida homosexual, ejemplifican a los miembros de una clandestinidad social rebajada por las normas machistas de los última década del Porfiriato. Recientemente, en 2010, se hizo una edición especial por parte de la UNAM con la publicación de dos textos introductorios por parte de Robert McKee Irwin y Carlos Monsiváis.

            Por último, el número 41 quedó como un estigma social en el México porfiriano, incluso aún hoy nos llegan esas reminiscencias. Como bien señala Juan Carlos Bautista, el 41 “simboliza la denigración sexual de una persona, en especial los varones. En México no existen casas 41, pisos 41 y nadie cumple 41 años.” (Schuessler, 2010: 228).

            ¿Qué queda de este hecho ocurrido hace 111 años? Primero que nada, dio pie a que este sector social saliera a la luz más a fuerza que de ganas. A pesar de que ya se tenían noticias de este tipo de personajes en obras como Chucho el Ninfo y la descripción de Heriberto Frías sobre “La Turca” de la cárcel de Belén, los 41 maricones de la Cuarta Calle de la Paz mostraron al México porfirista que eran entes clandestinos y no tan ajenos al progreso positivista francés del siglo XIX. También dio paso a que un grupo en especial de personajes en el siglo XX pudieran demostrar que la homosexualidad no sólo se daba en lugares de pordioseros sino que igual podían albergar a los intelectuales de clases altas, como bien supo representar Salvador Novo y el grupo de los Contemporáneos en las décadas de los 40s y 50s del siglo anterior.

Por último, el baile de los 41 queda como reminiscencia ante las luchas de las libertades sexuales de los años 70s y, todavía más reciente, en las “marchas del orgullo gay”, donde un sinfín de personajes multicolor-identidades-sexogenéricas hacen de la calle un espacio de “libertad” pero, a la vez, de anonimato. Queda pues analizar este tipo de problemáticas de la homosexualidad en México, que espero algún día la vieja escuela historiográfica mexicana acepte en sus anales históricos.


Fuentes de información

Castrejón, Eduardo A.  (Pseud.). Los cuarenta y uno: novela crítico-social. Coord. y estudio crítico de Robert McKee y prólogo de Carlos Monsiváis. México: UNAM, Coordinación de Difusión Cultural, 2010. 161 p. (Rayuela)

Bautista, Juan Carlos. “La noche al margen. Brevísima relación de la vida nocturna gay”, en: Michael K. Schuessler y Miguel Capistrán (Coords.). México se escribe con J. Una historia de la cultura gay. México: Grijalbo, 2010. p. 209-228

Monsiváis, Carlos. “Los iguales, los semejantes, los (hasta hace un minuto) perfectos desconocidos (A cien años de la redada de los 41)”, en: ¡Que se abra esa puerta! Crónicas y ensayos sobre la diversidad sexual. México: Paidós, 2010. p. 77-107