viernes, 1 de agosto de 2014

Tengo que Morir Todas las Noches, de Guillermo Osorno

Osorno, Guillermo. Tengo que Morir Todas las Noches. Una crónica de los ochenta, el Underground y la Cultura Gay. México: Debate, Penguin Random House Grupo Editorial, 2014. 239 pp. (Historia, fotos).

Ismael Espinosa

La homosexualidad ha sido uno de los temas tabú por excelencia a lo largo de la historia, y también, uno de los tópicos que no ha sido analizado históricamente hasta fechas recientes. Los sociólogos, antropólogos, politólogos y cronistas son quienes nos han brindado algunos análisis de la situación de la liberación LGBT por lo menos desde la década de los años setenta.

            Pocos han sido los historiadores que se han atrevido a escribir este tipo de temas “homosexuales”, a pesar del prejuicio que pueda caer sobre ellos sobre sus preferencias sexuales como bien mencionaba John Boswell al escribir una de las mejores historias de la homosexualidad en Occidente (Christianity, Social Tolerance and Homosexuality, 1980).

Sin embargo, entrado el siglo XXI algunos han dejado de lado ese temor por ser juzgados y han escrito bastantes cosas interesantes al respecto. En el caso mexicano han destacado las crónicas publicadas por Carlos Monsiváis, Braulio Peralta y Juan Carlos Bautista; los estudios antropológicos-históricos de Mauricio List Reyes, Xabier Lizarraga Cruchaga y Rodrigo Laguarda; y los artículos que han hecho algunos analistas como Genaro Lozano, Luis González de Alba, Estefanía Vela y diversos activistas de la agenda de la diversidad sexual a través de las redes sociales. Y celebro también que algunos estudiantes universitarios inicien su labor profesional al hacer tesis sobre estos temas; espacios y estudios se han ganado a través de casi cuarenta años de lucha.

Uno de estos nuevos intentos por ver una parte de la cultura gay de los años ochenta en la ciudad de México es el libro de Guillermo Osorio: Tengo que Morir todas las Noches, donde nos relata la historia de Henri Donnadieu y el bar “El Nueve” ubicado en la calle de Londres de la (hoy decadente) Zona Rosa. El libro nos da una mirada completa sobre cómo era la vida social y cultural en este bar tan visitado por artistas, actores, intelectuales, travestis, gays, heterosexuales, lesbianas… Todos en un mismo lugar sin que fueran excluidos por amar a quien quisieran. Una crónica (auxiliada por la investigación periodística) que transformó a toda una generación y al entretenimiento nocturno desde mediados de los años setenta hasta finales de los años ochenta.

El libro destaca tres temas principales: El Nueve como forjador de una nueva sociabilidad en la ciudad de México; la vida de quien fuera el dueño de bar en ese entonces: Henri Donnadieu; y la homosexualidad y la lucha que tuvo ante la sociedad mexicana (predominantemente machista-conservadora-católica) junto a la llegada de la pandemia del sida.

Después de que la juventud viviera su propia libertad de expresarse y fuera cruelmente reprimida durante el movimiento estudiantil de 1968 en la capital mexicana, y luego censurada con el Festival de Rock y Piedras de Avándaro en 1971, tuvieron que mantenerse en la clandestinidad bajo la sombra del autoritarismo priísta de entonces. Y ni qué decir de los homosexuales, víctimas de razias y persecuciones policiales en fiestas privadas que atentaban la moral y las buenas costumbres de entonces.

Fue el Bar el Nueve que acogió a esta juventud resentida con  el sistema que, se supone, los protegía y encauzaba a forjar una nueva patria; una juventud que luchó por un cambio social-sexual diferente a lo que les habían inculcado en su casa, e incluso la escuela. El Nueve transformó a todos aquellos que lo visitaban, pues en el local entraban toda clase de personas, siempre y cuando aportaran su respectivo cover. Un lugar que creó una identidad entre la melosa música disco y el nuevo rock metal (y el rock en tu idioma urbano de chilangolandia). En sus paredes ingresaron personas como María Félix, Silvia Pinal, Sasha Montenegro, Olivier Debroise, codeándose con Xóchitl “la reina de los homosexuales” (autoproclamada así) y con murales de Diego Matthai, proyecciones de películas censuradas en su época como Yo te saludo, María de Jean-Luc Godard (1984), o simplemente los debates que se daban ante el nuevo enemigo de la salubridad: el síndrome de inmunodeficiencia adquirida.

El dueño de este bar, tan recordado con bastante nostalgia por muchos, era Henri Donnadieu, un francés emigrado a México a mediados de los años setenta. Él, junto con algunos socios abrieron El Nueve para crear una nueva forma de ver los bares y las fiestas, justamente en una de las zonas más exclusivas en ese entonces: la Zona Rosa. Donnadieu y Manolo, su novio y también socio del lugar, experimentaron nuevas formas de socializar al invitar a estrellas importantísimas de cine, teatro y de la cultura. En su libro Ser gay en la ciudad de México, Rodrigo Laguarda expone que los gays asistentes eran de las clases altas y medias de la sociedad (p. 97) por lo que algunas organizaciones y activistas de la llamada liberación sexual estuvieron en contra de estos lugares por no permitir una igualdad entre la propia comunidad homosexual. Donnadieu y socios se enfrentaron a diversos problemas con el bar, pues la policía los tenía en la mira por albergar y permitir a los homosexuales en el establecimiento. Sin embargo, muchos de los asistentes llegaron a defenderlos por la amplia oferta que daba: obras teatrales, performances artísticos, presentaciones de revistas, conciertos de grupos novedosos como “Las Insólitas Imágenes de Aurora” (después conocidos como “Caifanes”), Café Tacuba, Maldita Vecindad y grupos que trataron de traían nuevas corrientes como el punk y la música con sintetizadores, siendo un bar “moderno” como bien lo señaló Juan Carlos Bautista en un texto que aparece en México se escribe con J.

Esta nueva liberación por la que muchos habían luchado desde finales de la década de los sesenta se encontró con un problema muy grande: se podía “hacer el amor cuando quisieras y donde quisieras” y se rompían con paradigmas religiosos-morales, pero un pequeño virus comenzó a expandirse creando temor y rechazo, el VIH. Los homosexuales fueron los más afectados, más allá de que si el mal se contrajo de los monos a los humanos, si hubo alguna mutación genética o si las farmacéuticas lo hicieron para tener mayores ganancias, muchos sufrieron los embates de la enfermedad. Amigos y clientes asiduos de El Nueve fueron detectados como portadores de VIH y murieron poco tiempo después. Este bar se propuso hacer diversas campañas a favor del sexo seguro antes de que el gobierno anunciara sobre la pandemia (no fue sino hasta 1985 cuando Reagan anunció el problema, casi cinco años después de la detección de los primeros casos en Estados Unidos; México hizo casi lo mismo: en 1983 se detectó el primer caso en el país y hasta después de las declaraciones de Reagan creó campañas e instituciones como Conasida. Osorno, p.131). Entender que la comunidad gay era la más afectada, para muchos significó la llegada del fin de los tiempos. O por lo menos de un “castigo divino” por sus costumbres desviadas y perversas.

El Nueve comenzó a decaer no por la pandemia propia, sino por la intolerancia de la justicia mexicana. Una razia hizo que algunos trabajadores fueran a la cárcel acusados de distribución de drogas y prostitución (esos eran sus argumentos). Donnadieu se escapó de dicho operativo y luego salió de la ciudad. No cuento más detalles ni más del final de esta magnífica obra. Me parece que hacen falta textos que vayan documentando estos testimonios que casi se nos están perdiendo, recuperar la historia de lugares como El Nueve que permitieron a una comunidad sojuzgada tener un propio espacio de expresión y demostración. Citando, finalmente al propio autor: “algo ganamos, algo perdimos”.

jueves, 26 de junio de 2014

Gore Vidal: Reflexiones del Bajo Vientre

Vidal, Gore. Sexualmente Hablando. Artículos escogidos sobre Sexo. Edición de Donald Weise y Trad. por Aurora Echevaría. Barcelona: Grijablo, 1999. 287 pp.

“Yo prefiero la palabra maricón, que es la que tiendo a usar.
Nunca en mi vida he permitido que la palabra ‘gay’
saliera de mis labios. No sé por qué, la odio.”

Gore Vidal, 1974

Por Isabel Castro

Disidente sin pretender con eso ser un revolucionario impactando en las conciencias de sus lectores; excéntrico sin la necesidad de llamar la atención con remedos de carnavales; ajeno entre las multitudes que lo abrazan sin saber que con eso posibilitan el mejor análisis sobre sí mismos que cualquier sociedad  pudiera soñar, Gore Vidal lanza sin querer en Sexualmente Hablando una explicación sobre el comportamiento norteamericano en relación con su reacción a las cuestiones del bajo vientre: su normalización, regulación y sus consecuencias por falta o exceso que impactan en todas las esferas posibles del devenir histórico.

        El análisis parte de la generalidad, en principio explica el contexto de la sociedad norteamericana: hablar del pasado de un pueblo es para Vidal la herramienta perfecta para desentrañar sus móviles inconscientes o no que establecen la trayectoria gracias a su pensamiento lógico, consecuente y sencillo y que le permiten más adelante justificar y comprender.

    Gore Vidal toma a la sociedad norteamericana como un todo -está generalización intencional facilitara el análisis en un primer nivel- y a través de sus leyes detecta la naturaleza de su pensamiento que condicionan su quehacer; al localizar la concepción del mundo establece los fundamentos del inconsciente colectivo estadounidense  (al momento de escribir este texto la sociología enconaba exactamente con las teorías psicoanalíticas en boga) y poco a poco los aterriza en casos concretos que los ejemplifican.

         En el análisis de Vidal no cabe lugar a dudas, su minucioso y apasionado estudio le dan derecho a tener una opinión contundente sobre el tema que trata a partir de distintas trincheras: el derecho, la literatura, la iniciativa civil, los medios de comunicación masiva, la influencia de la organización económica y política (la democratización) en el individuo, etc.

El pensador se hace responsable de sus palabras y las defiende con naturalidad pues la agresión acompaña a las inseguridades que de las que nuestro autor afortunadamente prescinde.

Dentro de ese todo explicativo del universo sexual que ofrece el texto de Vidal encontramos que uno de los elementos que articulan su discurso le afecta hasta llegar caso a la conmoción porque le compete acaso en mayor grado que todos los demás (aún cuando por cada uno de los subtemas muestra un interés puntual y desbocado); se trata de la problemática de la homosexualidad.


El andrógino norteamericano


Contrario a lo que pudiera pensarse, la pertenencia al grupo al que hace referencia Vidal en la última parte de su trabajo, más que integrarlo a la sociedad norteamericana, lo excluye, lo segrega hasta dejarlo casi en el exilio. Una cosa es ser homosexual y otra pensar al respecto. Los norteamericanos no acostumbran reflexionar sobre sí mismos, evitan por todo medio, pensarse. El intelectual es un espécimen extremadamente difícil de encontrar en la otrora primera potencia.

Vidal proyecta e introyecta de manera simultánea, de ahí su visión tan clara respecto al fenómeno: no se trata de hablar sobre la "aparición del homosexual en la esfera social" si no de declarar la importancia fundamental que esta figura tendría en las esferas que controlan y manipulan las redes de información y comportamiento.

El intelectual, visionario, sabe que aún no ha llegado el momento definitivo de "la salida del clóset", hasta la publicación de Sexualmente hablando la comunidad gay apenas se estaba definiendo como un grupo con identidad propia, estaban descubriendo quienes eran y que harían una vez que hubieran conseguido una definición satisfactoria.

Los homosexuales eran percibidos como un todo homogéneo, el tipo "gay" empezaría a delinearse en función de prejuicios todavía hoy existentes.

El homosexual era miembro de una comunidad, no un individuo. El autor entonces emprende la búsqueda. Quiere saber qué es exactamente un gay y comienza a seguirle los pasos para encontrarse por fin con un mito que con delicadeza actualiza -metodología que los defensores de la teoría Queer utilizarán décadas después sin reconocerla-: el mito del andrógino. Esa visión poética se esconde debajo de su erudición soportable (a diferencia de muchos Vidal no es un autor petulante, si no cercano, cálido, amigable).


La verdad revelada

Al igual que el actor y dramaturgo en el Banquete de Platón, Gore Vidal toma la palabra en el momento justo para lanzar una perorata elocuente sostenida en bases sólidas de conocimiento y sensibilidad poética. Habla del homosexual como si hablara de sí mismo, conociéndolo a fondo, protegiéndolo; explica que hubo un tiempo en que el homosexual se buscaba a sí mismo en el cuerpo del otro sin prestar atención a la fisionomía de sus genitales. Se trataba de personas que buscando el amor lo encontraban en un reflejo visible en alguien más.

El hombre amó entonces al hombre -en su biológica- y la mujer a la mujer. Ese encuentro íntimo, esa búsqueda individual gano gradualmente complejidad, al profundizarse y significar un punto esencial para la conformación social, pasó a importarle a los espectadores, a los que quedaban fuera de la comunidad que comenzó siendo casi una tribu: los homosexuales llamaron la atención y perdieron poco a poco sus primeras intenciones. Ya no eran la mitad que les faltaba lo que intentarían conseguir; aceptarían para siempre ser seres incompletos con tal de que otros los aceptarán como lo que fuera.

De ese conformismo emanaría su comportamiento característico en la sociedad norteamericana: primero timidez y luego agresión, sin puntos medios. El tránsito de una aporía a otra facilita el registro histórico, el eterno viaje de un extremo a otro sería entonces la gran revelación ofrecida por Vidal.

           El andrógino devenido en Sísifo. He ahí la clave con la que según Vidal entenderemos a la comunidad homosexual norteamericano. Examinémoslo con calma. Terminaremos por concederle la razón.

miércoles, 25 de junio de 2014

Del "cáncer gay" al AIDS

Por Mariana Medina
@mariana_ghost


1981-Until It’s Over…” Fuente: Aids fund Philly. 
Más allá de la controversia referente a una conspiración farmacéutica o una mutación de los chimpancés que transitó a los humanos, el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) existe y millones de personas han sido víctimas de la enfermedad y de la discriminación. Hoy en día se sabe que cualquier persona está expuesta al contagio sin embargo, sí es detectada a tiempo, puede ser sometida a un tratamiento y llevar una buena calidad de vida. Pero en un principio, ni siquiera se tenía un diagnostico preciso. Es más, ni siquiera se tenía el nombre que hoy le asignamos; se le refería como el “cáncer gay” (Gay-Related Immune Deficiency: GRID)

 Al comienzo de la década de 1980, las noticias[1] daban cuenta de una enfermedad que destrozaba las defesas de personas en San Francisco, N.Y. y L.A; se trataba de homosexuales con neumonía y alteraciones en la piel –sarcoma de Kaposi-[2] eran tratados para combatir la infección respiratoria, pero la mejoría sólo duraba unos cuantos días. Se empezaron a registrar casos similares en diversas ciudades de Estados Unidos y pronto se establecieron parámetros similares: homosexuales jóvenes que no remitían alguna enfermedad terminal pero que habían tenido buena salud y una vida sexualmente muy activa.



La comunidad gay se daba cuenta de sus bajas: se estaban muriendo y no sabían por qué. El resto de la sociedad, sobre todo los grupos más conservadores, señalaban a la  liberación sexual como la responsable. Tan sólo  una década antes, habían luchado por el reconocimiento de su orientación y la libertad de ejercer su sexualidad; una revolución sexual que hizo posible la salida del closet y, que ahora, los llevaba a una enfermedad desconocida.
New York Times. 3 de julio de 1981.
La primera vez que se publicó una noticia sobre la situación fue en julio de 1981. El New York Times lanzó un artículo de Lawrence K. Altman titulado: Rare Cancer Seen in 41 Homosexuals.[3] El encabezado ligaba de manera indisoluble el ser homosexual con la enfermedad y cabe preguntarse si de haber sido heterosexuales: ¿el artículo hubiese enfatizado la orientación sexual de los enfermos en el titulo?  K. Altman escribió: “El reporte médico menciona que la mayoría de los casos estuvo relacionado con homosexuales que habían tenido múltiples y frecuentes encuentros con diferentes parejas; algunos con casi diez encuentros sexuales cada noche y hasta cuatro veces por semana”.[4] Señalaba  a las prácticas sexuales como el elemento común; es claro el subraye que el autor hizo sobre  “promiscuidad –enfermedad”.

La homosexualidad representaba el factor principal para desarrollar el nuevo cáncer. En específico, sus prácticas sexuales eran el único elemento que llevaba a una posible explicación. Al pensar la sexualidad, en este caso la homosexual, no se debe limitar al análisis de lo que los cuerpos hacen, sino también los significados que generan. El hecho de que un hombre tuviera sexo con otro hombre generaba, por un lado, una situación biológica que derivaba en el contagio y por otro, la mayor estigmatización del gay. El otro que era marcado por su comportamiento y, ahora también, por las llagas del sarcoma en su rostro.

Para noviembre de 1981, ya se tenía el registro de 159 casos por los servicios sanitarios de los Estados Unidos  y al inicio del año subsecuente, se reconocían 200 enfermos. La enfermedad ya no estaba centrada en las tres grandes ciudades, se había extendido a 15 estados. Nueva York era la ciudad con mayor registro de infectados. “La ciudad habrá sido igualmente el lugar de la enfermedad. Fue, al menos en los países occidentales, ‘el nicho ecológico’ de la epidemia”.[6] 

También, en esos momentos empezaron a aparecer enfermos que rompían los esquemas hasta entonces establecidos: los hemofílicos,[7] usuarios de drogas intravenosas, mujeres con parejas bisexuales y personas que habían recibido transfusiones de sangre. Fue entonces cuando se pensó  en la sangre como el vehículo de transmisión. A pesar de que los casos ya no eran exclusivos de la comunidad gay, el estigma ya había comenzado.

En 1982, el CDC (Centers for Disease Control and Prevention)[8] comunicó la asociación que había entre la nueva enfermedad, el contacto de sangre  y los hemoderivados. En este mismo año, el AIDS (Acquired Immunodeficiency Sindrome)[9] fue nombrado como tal. Ya no se trababa de una enfermedad exclusiva de los homosexuales, era un síndrome que acababa con el sistema inmunológico de cualquier persona, de ahí el acrónimo. El científico y director de la National Gay Task Force, Bruce Voeller, propuso el nombre para la enfermedad y así dejar a un lado la noción de GRID o “cáncer gay”.

Los años subsecuentes trajeron grandes noticias, descubrimientos y acciones alrededor de la enfermedad: el control de  transfusiones sanguíneas, la detección del virus, la prevención de la discriminación y los altos niveles de mortalidad. Pero 1982 fue el momento en el que a la epidemia  fue nombrada, la noción del cáncer gay ya no respondía a los hechos y casos infectados. Aún así, la asociación social que se hizo de la homosexualidad y la enfermedad no fue [¿Ni hay sido?] fácil de disociar.



[1] https://www.youtube.com/watch?v=t5GZGWgvha8. Reportaje de la NBC, transmitido el 17 de junio  de 1982.  Se muestran a algunos pacientes en  L.A. Tienen infecciones respiratorias, sarcoma de Kaposi y se refiere a su “estilo de vida homosexual”. [Actualizado el 01 de diciembre de 2014, 09:25 am]
[2]“[…] un virus llamado virus herpes asociado al Sarcoma de Kaposi (VHSK), también llamado virus herpes humano 8 (VHH 8), causa el sarcoma de Kaposi. Sin embargo, el virus por sí solo, no es suficiente para ocasionar SK. Las deficiencias del sistema inmunológico, como las que presentan las personas con SIDA, pueden permitir que el virus cause la enfermedad.” En  http://www.aidsmeds.com/articles/SK_6750.shtml
[3] Clic en el enlace para consultar la nota original.   http://www.nytimes.com/1981/07/03/us/rare-cancer-seen-in-41-homosexuals.html.
[4] Lawrence K. Altman, “Rare Cancer Seen in 41 Homosexuals”, en New York Times, E.E.U.U, 3  de Julio de 1981. 
[6] Didier Eribon, “La ciudad y el discurso conservador”, en Reflexiones sobre la cuestión gay, Barcelona, Anagrama, 2001, p. 65.
[7] La hemofilia es una enfermedad que afecta a la coagulación de la sangre.
[8] Agencia del Departamento de Salud de los Estados Unidos. Es la encargada de la prevención y control de las enfermedades.
[9] Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida.  Para 1982, no se puede hablar de VIH, ya que remite a la identificación de un virus como el origen de la enfermedad. La idea de que un virus sea el responsable aparece en 1983 y en 1984 se le identifica.  

lunes, 23 de junio de 2014

Monsiváis y la diversidad sexual

Monsiváis, Carlos. Que se abra esa puerta. Crónicas y ensayos sobre la diversidad sexual. México: Paidós Mexicana, Debate Feminista, 2010. 310 pp.


Por: Ismael Espinosa
@Grisem19

Una de las inquietudes que Carlos Monsiváis tuvo durante su vida como escritor y cronista fue documentar la vida de los marginados urbanos de la ciudad de México. Campesinos, pobres, clases bajas y demás gente que no entraba en “lo decente” eran bien recibidos en la narrativa de uno de los personajes más influyentes de la vida cultural nacional. Y los homosexuales no fueron una excepción para él.
           
     En la grandiosa recopilación de artículos que hizo Marta Lamas (publicados por Monsiváis en la revista Debate Feminista) se denota la preocupación que este autor tuvo por una “minoría” que buscaba sus derechos e igualdad en una sociedad predominantemente machista y católica. Se trata del libro ¡Que se abra esa puerta! Crónicas y Ensayos sobre la Diversidad Sexual publicado en octubre de 2010, justo unos meses después de la muerte del escritor.
       
     Fundador del Frente de Liberación Homosexual de México junto con Nancy Cárdenas (destacada dramaturga mexicana y lesbiana) en 1971, Monsiváis externa en estas páginas la vida social, cultural, e incluso política de los homosexuales y lesbianas en México. En sus ensayos destaca la crítica hacia el nacionalismo cultural, especialmente a la figura del macho mexicano que ha perjudicado no sólo a las mujeres y a las familias de este país. Como menciona en su primer ensayo “Los que tenemos unas manos que no nos pertenecen (a propósito de lo queer y lo rarito”, 1997 (p. 56): “la psicología nacional convertida en deber caracterológico, la misoginia que es referendo de superioridad, […] el macho es siempre más brutal y desafiante que sus modelos en el cine y la canción popular”. Fiel a su afición por el cine mexicano, podemos señalar que a su mente acudieron las imágenes de Jorge Negrete, Pedro Armendáriz, Emilio Indio Fernández y, por supuesto, el charro por excelencia, Pedro Infante, quienes mostraron en sus películas aquella figura varonil del deber ser hombre y mexicano.
        
    Otra de las críticas que Monsiváis mostró en sus ensayos fue la diferencia que hubo entre los homosexuales y los gais después de las revueltas de Stonewall en Nueva York en 1969 (estos últimos logrando una completa globalización del ser homosexual varón-masculino en el mundo). Esta nueva identidad llegada a México fue descrita por este escritor:

[En México] sólo hay dos tipos de homosexuales: el de tortería y el maricón de sociedad. Los demás son sombras huidizas que al no alcanzar casillero, se dejan describir por el diminutivo que les aplican (‘Juanito/Robertito’), y por el trato siempre condescendiente. Y del hostigamiento pocos se libran. […] A los afeminados de clase pobre les corresponden, nomás por su aspecto, las humillaciones en serie que, al despojarlos de toda humanidad reconocida, les permiten sobrevivir (p. 55).

            Sin embargo, hay algo que Monsiváis encuentra en común entre los diferentes homosexuales y los gais (de clase alta) algo que los identifica: el ambiente. Definido como una forma de vida, y no muy distinto del estilo kitsch y camp que mantenían los homosexuales de Estados Unidos, nuestro autor lo describe como un estilo desarrollado entre los guetos, estos centros que eran delimitados según la homofobia e intolerancia que la sociedad tenía en algunos sitios. Y es cierto: el único lugar donde se ha podido desempeñar un estilo de vida homosexual-gay en el tiempo han sido las ciudades, de aquí que se denote la influencia de autores como Foucault y Didier Eribon (Reflexiones sobre la Cuestión Gay, Anagrama, 2001) en cuanto a las diversas relaciones de poder y autoridad detentan estos centros sociales.
           
     El ambiente es entonces esas relaciones amistosas, amorosas, promiscuas, afectivas, sexuales y también festivas en la que los homosexuales han podido manifestar su disidencia ante la heteronormatividad impuesta hace más de veinte siglos. También puede entrar esas expresiones que muchos gais hacen en cuanto a la identificación e imitación de diversas estrellas de cine y cantantes femeninas (en especial las de ópera, por los homosexuales de inicios del siglo XX). Así, tenemos a personalidades como María Félix, Dolores del Río, Gretta Garbo, Elizabeth Taylor, María Callas y por qué no, Daniela Romo, Yuri, Lucía Méndez, y en tiempos más recientes: Gloria Trevi, Lady Gaga, María José y entre otras que en la actualidad remarcan la sobrevivencia del ambiente en México.

           De lo expuesto hasta este momento, considero que el mejor escrito de esta selección de artículos publicados fue “Los gays en México: la fundación, la ampliación, la consolidación del gueto” publicado originalmente en 2002. Aquí, Monsiváis nos detalla con una impresionante exactitud un viaje por el tiempo entre los siglo XIX y XX, exponiendo la vida de los currutacos y petimetres que allanaban la vieja calle de Plateros (hoy Madero, en el Centro Histórico de la ciudad de México); la literatura decimonónica que mostraba a un Chucho el Ninfo, señorito bien cuidado y parecido; el escándalo del “Baile de los 41” allá por 1901; la generación de homosexuales de “Los Contemporáneos” (Novo y Villaurrutia, máximas figuras de esta sección) en los años 20; la “viva y venenosa calle de San Juan de Letrán” en los años 50, y así hasta llegar al vertiginoso inicio del siglo XXI. La vida nacional comienza a descubrir que los homosexuales siempre han estado presentes en la patria mexicana decimonónica, incluso antes con algunos destacados personajes del virreinato y del periodo prehispánico, por ello es que es hora de reivindicarles su lugar ante Cronos pues “son parte de una historia invisible” (p. 140).
  
          Y es así como Monsiváis concluye esta serie de crónicas y ensayos exhortando a los interesados en la Historia de la ciudad de México (y la propia Historia Nacional) que no dejen de lado a los marginados sexuales. Por mientras, algunos ya hemos comenzado con la ardua tarea de investigar qué era de los homosexuales varones en México; pero aún faltan las lesbianas (tan relegadas y dejadas al último espacio), los bisexuales, los transexuales, los travestis, los transgénero, los intersexuales (antes hermafroditas) y demás personajes que han mostrado una disidencia a no emparentar con las normas sexuales establecidas por –también, en un principio- una minoría.

    
        Hoy en día, hace falta una nueva lectura de personajes como Monsiváis: sufrimos de los embates de una Comisión (¿protectora?) de la Familia (¿Tradicional?), y de una discriminación en la que “puto” ha tomado por sorpresa al público aficionado al fútbol. Espero que en algunos años estos malos puntos sean olvidados y que por fin se le juzgue a una persona por lo que es: un ser humano (tal y como muchos hubieran y siguen queriendo).